domingo, 29 de agosto de 2010

Desconsuelo

Otro día más que me deja encerrada, a oscuras, en el cuarto. Otro día más que pasa y se olvida de mí. ¡Y ya van tres! No quiero pensar que, por alguna tontería que no sé si he hecho, haya dejado de gustarle. O peor aún, que haya encontrado a alguien más atractiva que yo, más divertida y con más posibilidades para pasar el tiempo. No lo quiero pensar, pero lo pienso. A su edad, con lo joven que es, estas cosas ocurren. Durante una temporada eres el centro de atención, la mejor compañía, el oído de sus confidencias, proyectos, alegrías y tristezas, la cara que complementa su cruz. Pero esa unión tan perfecta, vete a saber por qué, un día va y desaparece para siempre. Sin sombra de dudas, ya no eres la criatura más brillante, la que refulge con más intensidad entre las demás, la que seduce con un simple parpadeo o una minifalda o un peinado atrevido. Alguna vez se lo he oído contar a las que son mayores que yo. Ellas, en un momento de sus vidas, también fueron deseadas, amadas, lo más precioso. También ellas, sin apenas proponérselo, conquistaron la fidelidad de algunos corazones que les juraron amor eterno. No quiero que a mí me pase lo mismo. No quiero convertirme en un objeto que se toma y se deja sin más, al que le dan y le quitan sentimientos. No quiero, en fin, ser una muñeca arrumbada y polvorienta en el cuarto de los juguetes. No en vano soy una Barbie presumida, y merezco un mejor trato de la niña que hasta hace nada y menos jugaba conmigo sin descanso.

viernes, 27 de agosto de 2010

Sueños de guerra

Apenas despuntan las primeras hilachas mandarinas del día, cuando el destacamento de Alabarderos de la Guardia del Virrey se encuentra ya formado en perfecto estado de revista. A su lado, en el flanco derecho, la Segunda Compañía de Infantería del Real Palacio –compuesta por dos capitanes, un teniente, un subteniente, un alférez, un ayudante, nueve sargentos, doce cabos, dos tambores, ciento ochenta y ocho soldados y diez artilleros- aguarda con firmeza, a pie de campo, la orden de combate. La inmovilidad es absoluta. Agonizan los últimos parpadeos nocturnos. No hay restos del vivac. Nadie vocea ninguna orden. Por debajo de las rodillas del calzón azul de los oficiales refulgen tímidamente las jarreteras, lo mismo que los alamares de plata. En general, casacas, chupas, medias blancas, sombreros acandilados, escarapelas y demás prendas guerreras flamean sus colorines sin una sola mácula polvorienta. Reina una atmósfera de tensión contenida. No hay nerviosismo. Cada uno de los rostros endurecidos de los combatientes pierde la mirada en un punto fijo. Frente a ellos, a no se sabe cuánta distancia, otro ejército de soldaditos de plomo como éste, aguarda en perpetua quietud la demorada orden de combate. Por el momento el azafrán de la luz del día se cuela poco a poco en las vitrinas, donde, desde hace años, las miniaturas descansan impertérritas. Son tropas que, en su apostura gallarda, aún guardan el alma plomiza de sueños imposibles de guerras que nunca, nunca, se declaran.

martes, 24 de agosto de 2010

Odradek

Entro en una ferretería y pido un odradek. Tras unos segundos de duda, el dependiente revuelve en unos cajones atestados de cachivaches y extrae un objeto imposible de describir. Con sorpresa, pago rápidamente y voy corriendo hasta mi casa, donde, en una caja de zapatos, lo guardo a la espera del día en que se desvanezca del todo el asombro que me produce saber que poseo un sueño, una quimera, algo que no puede ser.