Recuerdo el día que tía
Claudia se instaló en nuestra casa. Recuerdo la alegría de mamá y la de mis hermanas
pequeñas. Recuerdo la cena, los brindis, el champán y el trajín de la novedad que
nos llevó muy tarde a la cama. Recuerdo que, al cabo de unas horas, la
atmósfera de silencio, cansancio y sueño se transmutó en una espiral de
suspiros, jadeos, sofocos y gritos provenientes del cuarto de tía Claudia.
Recuerdo que yo me asusté y me puse a temblar pensando en la que me caería
encima si mis padres abrían la puerta del cuarto y nos veían a horcajadas,
desnudos y exhaustos.