Todas las noches nos reuníamos en un viejo cobertizo a la luz de una lámpara de gas.
Y cada una de nosotras contaba una anécdota, un suceso, peripecias de sombras
ya viejas cuyos dueños se habían ido quedando ciegos y desconocían que nos despegábamos
de sus cuerpos para ir al cobertizo a hablar cosas malas de ellos.