jueves, 23 de enero de 2014

Cuaderno de citas




(Publiqué este artículo hace unos años en un periódico de Algeciras, ya no recuerdo cuál. Lo traigo ahora aquí por si a alguien le sugiere algo)

 

1. Dice Lobo Antunes que la literatura no se enseña pero se aprende. Tal vez. Para casi todas las cuestiones importantes de la vida podría aplicarse esta sentencia. O no. Que un escritor pondere algo viene a ser tanto como que otro escritor le enmiende la plana afirmando lo contrario. Así lo pensaba Augusto Monterroso cuando dejó escrito que  "los escritores no siempre se alegran mucho de ver elogiados a sus colegas. Lo contrario suele ser lo común". Lucha por la existencia, lucha por ganar las páginas de los libros de historia de la literatura. O por figurar en un lugar destacado en los salones de la sociedad literaria. En esto último los verdaderamente grandes fueron los moralistas franceses del dieciocho. Ahí estaban Joubert ("un gran número de libros hace perder el gusto de leerlos y mata el placer"), La Rochefoucauld ("a menudo perdonamos a quienes nos aburren, pero no podemos perdonar a quienes nosotros aburrimos"), Voltaire ("sólo los idiotas no se contradicen tres o cuatro veces al día"). En resumen, nada del todo rotundo podemos aprender de algo que en realidad no pude enseñarse. Pensar lo contrario sería pasar por ingenuo. ¿O es que a estas alturas hay alguien convencido de que leyendo se aprende a vivir? 2. "La literatura y la vida guardan a veces la misma relación que el interruptor y la vida; es decir, que oprimes la vida y se enciende la literatura" (Juan José Millás). 3. ¿Por qué se lee entonces? O mejor aún, ¿por qué se escribe? En propiedad deberían ser los propios escritores quienes nos contestasen con absoluta rotundidad, pero ya sabemos que la gama de respuestas es infinita. Tolstoi decía que su objetivo era la gloria literaria, Roberto Bolaño afirmaba que escribía para no gustar y Cervantes aseguraba que no hay libro tan malo que no contenga algo bueno. Los motivos de la escritura son, pues, inescrutables, como los de la vida. De manera que escribir, leer, seguirá siendo un misterio más por descifrar, como vivir. 4. Hay quien, como Juan Bonilla, apunta una posibilidad más a la hora de intentar entender las razones de que se escriba. Tal vez de todas las que he leído es la más desconcertante y a la vez la más literaria, porque según él los libros no se escriben para ser leídos sino para que ellos nos lean a nosotros, y, mientras los leemos ellos nos escriban y nos conviertan en personajes suyos, alimentando nuestra biografía, porque un libro importante no se conforma con ser una lectura sino que logra alzarse a la condición de suceso biográfico y entra, así, a formar parte de nosotros mismos como un episodio más de lo que va siendo nuestra vida. Leer sería, entonces, una comunión entre la ficción y la realidad. Y entrar en las páginas de un libro equivaldría a entrar en los rincones desconocidos de uno mismo. 5. "Cualquier relato, el menor relato, modifica la vida" (Arcadi Espada). He aquí, en fin, el mejor modo de reivindicar la lectura. Si no sabemos para qué se escribe, al menos nos queda el consuelo de esperar contentarnos con leer para dejar de ser quienes creemos que somos y ser, paradójicamente, pura literatura. Abramos, pues, las páginas de un buen libro para que sea él el que nos lea. Quizá nos acabe diciendo lo que nosotros mismos nos decimos a diario. O quizá no. Todo es posible.