Como todas las noches, la hermana Raimunda estudia el silencio desde su celda. Hasta el último instante recela de esa paz limpia de bisbiseos, de susurros, de ecos. A una hora imprecisa, cuando ningún crujido a destiempo, tralla o azote desbarata la profunda quietud del convento, cuando sus otras hermanas descansan de las fatigosas bregas del día, la hermana Raimunda escapa sigilosamente de su celda, cruza un laberinto de galerías y triforios, y, del pequeño retablo de la capilla doméstica, retira la imagen tallada de un niño Jesús de Praga. Entonces, y sólo entonces, como una madre antigua y hacendosa, la hermana Raimunda lo amamanta, lo arrulla, lo besuquea.
Un relato muy curioso e ingenioso.... como todos los demás, chulisimo.
ResponderEliminarMuy bueno y original. Me gustó.
ResponderEliminarUn saludo.
Rocío: me alegra que te haya gustado. Continuaré reincidiendo para no saber cómo defenderme de tus halagos. Un beso.
ResponderEliminarY este me ha gustado mucho pero mucho.
ResponderEliminarEl instinto puede más que cualquier otra causa...
Un abrazo