Tenía una de las alas rotas. Estaba pálido y tiritaba de frío. Decidí llevármelo a casa y criarlo.
Mucho tiempo después había crecido tanto que ya podía volar solo.
Cuando regresaba luego con cualquier criaturita humana viva, me hacía ver su contento con un breve aleteo. La parte que más nos gustaba a los dos eran los ojos.
Si los humanos nos comportamos a veces como verdaderos monstruos, por qué no iban a dar muestras de humanidad también ellos...
ResponderEliminarMuy bueno, Ricardo.
Abrazos
Así es, Gemma, aunque ellos tal vez lo harían por instinto de supervivencia, mientras que nosotros actuamos según otros instintos que el de mera supervivencia. Para bien, y sobre todo para mal.
ResponderEliminarSaludos.
Me ha gustado mucho. Me he imaginado un dragón enorme pero adolescente con un humano entre las garras, como si de un perro fiel se tratase trayendo una codorniz.
ResponderEliminarUn abrazo Ricardo
Rosana:es curioso, pero no había pensado en un dragón, e incluso creía que la imagen del pájaro que ilustra el micro daría la clave de por dónde iba. A lo mejor no debería poner imágenes (y, por cierto, por qué la mayoría de los que tenemos blog las ponemos).
ResponderEliminarUn beso.
Es verdad lo de las imágenes, yo unas veces las pongo y otras, cuando quiero que el lector solo0 se centre en el texto, no las utilizo.
ResponderEliminarLo del dragón es culpa de mi imaginación desaforada y mi hija y su libro de campo sobre dragones. Imagina salimos al monte a buscar nidos de dragón ;)
Un abrazo