Un apuesto joven al que besó en los labios con dulzura la trasladó en un instante al mundo de cuando era niña y soñaba con príncipes azules y castillos de cuento. Ese beso era su primer beso, y sabía a caramelo de menta, a espuma de cielo, a maravilla de ensueño. Con los ojos cerrados, como un animalito sin voluntad, se dejó llevar. No quiso pensar, ni discurrir, ni razonar. Sólo sentir. Sentir su temblor, su espasmo por dentro y las sacudidas de su cuerpo vibrando de bienestar… Entonces, de repente, notó una aspereza, como una leve hosquedad. Abrió los ojos despacio, y horrorizada, en lugar de gritar sólo pudo croar.
Muy bueno teniendo en cuenta la dificultad de esa primera frase.
ResponderEliminarGracias, Daniel. La frase de inicio era una trampa para que caer en una tópica historia de príncipes que se convierten en sapos o algo por el estilo. Y yo caí... y ahora tengo la sensación de que me salió algo ñoña. A veces las palabras tienen como un resorte propio, y el adjetivo "apuesto" lleva incorporado su "príncipe". Ya ves qué absurdo. Me dejé llevar...
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