sábado, 27 de abril de 2013

Imaginarium

A partir de este lunes 29 de abril ya estará editado el libro. Se puede encargar bien escribiendo al siguiente correo: ricamoi@hotmail.com o bien llamando al télefono 619015134. También se puede pedir a la editorial Los papeles del sitio. El precio del libro es de 10 euros más gasto de envío.



La presentación del libro correrá a cargo de Pilar Vera, escritora y periodista del Diario de Cádiz, el día 13 de mayo a las 19:30 horas en el Baluarte de la Candelaria, dentro de las actividades programadas para la Feria del libro de Cádiz.

jueves, 25 de abril de 2013

Caras


Estas son las caras (no sé si duras o blandas) de los autores cuyos textos publicará la editorial Talentura en el libro De antología. La logia del microrrelato. Mi cara (dura) está en la tercera columna, penúltima fila.

viernes, 19 de abril de 2013

Escrito en la arena





Sin duda, era su obra maestra. Después de meses de trabajo, ahí estaba perenne y definitiva, desplegada sobre un espacioso lienzo. El combate sutil de los azules le suspendía el aliento: un puro azul cerúleo dominaba el centro del cuadro; aleteando sobre ese núcleo, se entretejían los delicados degradados de blancos y celestes etéreos. Un magma de verde turquesa, el remoto océano atlántico; un vórtice de añiles y sublimes refilones violáceos, las crestas de las mansas olas. Un estallido de momento infinito que perduraba rodeado por la dureza mineral de los tonos ferruginosos y ocres: el esqueleto inmenso de las rocas marinas, y el remate, allá, sobre la esquina superior, del valeroso castillo y su espigado faro. Aquella vista de la playa, sorprendida bajo un tenue sol invernal, le era tan familiar a Miguel. Esa coqueta playa cifraba el mundo mágico de su infancia. Había rechazado varios encargos por centrarse solo en esta que consideraba su obra definitiva: “Momento infinito”. Solo color y luz, mar, cielo y rocas.

Era tarde. Había olvidado la cena, ansioso por rematar su cuadro. El cansancio le venció. Tal vez soñó con travesías marítimas, viejos lobos de mar o descubiertos tesoros en la arena.

Cuando despertó, sin demora, se plantó frente al lienzo. ¿Qué era aquella mancha oblonga que destacaba sobre el pálido anaranjado de los médanos expuestos en la bajamar? ¿Una barquilla?

Había unas letras rojas sobre la madera cuarteada. Tomó una lupa y la acercó. Pudo leer el nombre, inusual para una barquilla, un nombre que le inquietó: Delirio.

Prefirió no borrar inmediatamente esa mancha. Había reconocido su propio estilo en los trazos.

¿Cuándo la pintó? ¿Tal vez era sonámbulo y lo había hecho durante la inconsciencia del sueño?

Tomó su chaquetón y salió a pasear. Un aire fresco llegaba desde lo profundo del Atlántico.

Deseaba enfrentarse a él. Quería una explicación. No recordaba haber pintado la pequeña embarcación. Caminó raudo por callejuelas y sorpresivas glorietas. Alcanzó la balaustrada. La constancia del mar le estalló en la cara. Y también la misma barquilla que surgió como por arte de magia en su lienzo. Allí permanecía como diosa que espera ofrenda humana. Bajó por una de las escaleras de la playa con pasos apresurados. El aliento frío de la mañana golpeaba sus pulmones. A pocos metros de la barquilla pudo leer con claridad el nombre: Delirio. A la par le llegaron descubrimiento y sorpresa, y sin tiempo a un respiro oyó una voz a sus espaldas. Se giró, era un tipo alto, desgarbado, de mediana edad, curiosa barba blanquecina que se presentó con el nombre de Alonso.

-¿Le interesa la barquilla? -dijo el hombre.

Por unos segundos, Miguel permaneció en suspenso, expectante. Naturalmente que le interesaba: ¿acaso era él su propietario?

-Era de mi padre –prosiguió el hombre-. Con ella solía salir a pescar casi todos los días. Salemas, cabrillas, rascacios, caballas… Pronunció aquella retahíla de peces con parsimonia, como si paladeara la sal de sus nombres. Luego, sin solución de continuidad, pasó a referir el luctuoso destino del padre. En pocas palabras: un brusco golpe de mar, una maniobra torpemente ejecutada y un fatal vuelco de la barca. No se pudo hacer nada. Y lo peor: el mortífero océano aún no había devuelto su cuerpo. La compunción de Miguel fue instantánea, y su deriva mental se aceleró aún más: ¿estaba viviendo despierto un suceso paranormal?, ¿era razonable aceptar aquella concomitancia disparatada? Cuidándose mucho de manifestar su desconcierto, prefirió guardar silencio y no arriesgarse a que aquel hombre lo tomara por loco.

Durante las semanas siguientes, ganado por el deseo de retocar minuciosamente el lienzo, le enardeció el frenesí o el delirio de hacerlo aún más perfecto. Y ya no hubo más días ni más noches de tregua a su obsesivo empeño. Apenas comía. Apenas dormía. Solo a horas intempestivas se tomaba un breve respiro que invariablemente aprovechaba para acercarse a la playa. Mar, cielo, rocas, color, luz. Y sin embargo la reproducción de aquel todo marino no acababa de convencerlo. Finalmente le venció un largo y profundo sueño. Cuando despertó, se plantó de nuevo ante el lienzo. Un rápido escalofrío le punzó todo el cuerpo. Era un hecho consumado, ineluctable, que, ante la imposibilidad de hallar una explicación, la lógica no iba a procurarle ningún alivio a la misteriosa aparición de una nueva mancha en el cuadro. Sobre la esquina superior, cerca del castillo y su espigado faro, sumergido al pie de una escollera, destacaba esta vez la figura ennegrecida de un náufrago, cubierta la piel con bubones e inflamado el vientre como un odre. El parásito de la obsesión consumió otra vez a Miguel: ¿podría realmente ser él -el padre de Alonso- quien de esa manera le testimoniaba el lugar exacto donde se hallaba arrumbado su cuerpo? Le hubiera hecho falta saber qué aspecto tenía en vida, si aquella figura hinchada se correspondía de verdad con él… pero no hizo falta. Lo que descubrió entonces, lupa en mano, fue aún más siniestro: aquel hombre no había muerto ahogado. Con un temblor en los labios leyó para sí los trazos irregulares de la palabra parricidio escritos sobre el fondo arenoso del cuadro.
(Este relato participó sin éxito en el VII concurso de relatos organizado por del Diario de Cádiz, a partir del texto en cursiva propuesto por el magnífico escritor Rafael Ramírez Escoto).