miércoles, 8 de septiembre de 2010

El mismo Peter

No sabe los años que hace que no ve a Peter, pero nunca olvidará aquellos días en que, de niña, su madre la llevaba de visita a su casa, en pleno campo. Jugaban sin descanso. Peter tenía mucha imaginación, y rara era la vez que no inventaba un nuevo y divertido juego. El que más le gustaba, con diferencia, era el de la isla de los piratas, donde ambos tenían que luchar contra un malvado bucanero, que quería secuestrarlos. En fin, eran muy niños y tenían que estirar el tiempo como un chicle, y no aburrirse.


No sabe los años que hace que no ve a Peter y lo que más la sorprende es que la haya localizado sin problemas al cabo de tanto tiempo. En el mensaje del correo electrónico le pide que vaya a verlo cuando quiera. Es una buena oportunidad para recordar viejos tiempos, y ponerse al día. A ella le hace ilusión regresar por unas horas al sitio de su recreo. Sólo es cuestión de dejar bien organizados los asuntos de la casa, que su marido se ocupe de los dos niños mientras ella, en su propio coche, viaja hasta la casa de su viejo amigo de la infancia.

No sabe los años que hace que no ve a Peter y no se imagina los estragos que el tiempo habrá hecho con él. En su recuerdo, aún lo ve como a un niño menudo, rubio, de ojos azules o verdes y pizpireto. Existe la posibilidad de que no lo reconozca a primera vista. Pero también a él le puede ocurrir lo mismo con ella, que no la asocie con aquella niña delgada y soñadora, inteligente y pecosa.

No sabe los años que hace que no ve a Peter y, cuando por fin detiene el coche y se encamina hacia la casa, y nerviosa por la inminencia del encuentro se repasa el vestido y con un ligero toque de la mano se atusa la permanente, ella, Wendy, no sale de su asombro ni esconde su sorpresa al ver que Peter, el diminuto Peter, sigue conservando como por encantamiento el mismo aspecto de niño que cuando era un niño. Ni una sola arruga, ni un solo centímetro de más.

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