lunes, 24 de enero de 2011

Arbor infelix (la cruz)


Tras ser apaleado con la fusta de castigo, soy conducido al suplicio con los brazos atados a un travesaño horizontal que yo mismo transporto sobre mis propios hombros. Desasistido de los númenes protectores, no imploro perdón por mi cobarde ultraje, sino un ápice de piedad, una aceleración del martirio, que el estigma insoportable de la inmolación no dure varios días. La tensión de mis músculos pectorales y abdominales dificulta mi respiración, pero los verdugos son refractarios a aligerar mi tormento, y tendiéndome en tierra sobre el palo que he traído, hincan los clavos de hierro en medio de los tendones de mis muñecas y de mis pies. Hostigado por el escozor, la fatiga y el escarnecimiento, a punto estoy de desmayarme. En mi forzada postura, erguido sobre el madero vertical, ladeo la cabeza. No quiero mirar. El dolor, huelga decirlo, es espantoso, diabólicamente calculado para que en lenta agonía me derrote el cansancio. Pero es justo ahora, aquí, en este momento, cuando recobro totalmente la conciencia, desentumezco mis miembros y abro los ojos de par en par: una vez más he apostado mi vida con el sueño y he ganado, in extremis, la partida.

1 comentario:

  1. Wen texto maestro :) ey,soy Juanma no e conseguio una wena imagen,pero es decente jajajj ave si la cambio otro dia o algo...pero por lo meno ya ay una puesta.

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