Durante
más de treinta años sólo se habían hablado una vez, una mañana de verano del
sesenta y nueve. Subidos cada uno a una azotea tuvieron que gritarse de lejos. Antonio
le reprochó no-sé-qué de unas lindes de tierras, y Genaro le recordó con júbilo
quién había ganado la guerra. Luego se retiraron con prisas y enfurruñados, uno
al interior de su casa llena de algas, y otro a las húmedas dependencias de la
casa cuartel. Y ya no se hablaron más dentro de aquel pueblo fantasma sumergido
bajo las aguas.
No, si todavía perduran los rencores, todavía... Conseguiste sorprenderme con ese final.
ResponderEliminarBesitos
Elysa: ejemplo de que ni perdonan ni olvidan. Pobres hombres!
ResponderEliminarUn beso.