Murió con siete años, la
amortajaron y la vistieron con un trajecito de organdí blanco. Entonces alguien
se acordó de mí y me metieron en la cajita de madera. Fue espantoso tenerla a
mi lado y verla pudrirse durante años, con tantos gusanos correosos pasando por
encima de mi cuerpo de plástico.
Conozco el triste final de alguna muñeca, pero este es verdaderamente espantoso.
ResponderEliminarSaludos Ana Mari.
Ana Mari: del polvo venimos y en polvo nos convertiremos, incluida las muñecas, que por cierto dan mucho juego literario.
ResponderEliminarUn abrazo.
Provoca escalofríos aunque quien narra sea una muñeca. Muy bueno.
ResponderEliminarBesitos
Elysa: me alegro de que te provocara lo que yo quería provocar con esa escena un poco truculenta.
ResponderEliminarBesos, y gracias.
Muy bueno ese punto de vista alternativo. Me gustó.
ResponderEliminarAbrazos, Ricardo
Gemma: me alegro de que te haya gustado. ¡Qué seríamos sin los otros puntos de vista!
ResponderEliminarBesos.