De noche, todo ocurría de noche, y no eran pesadillas ni malos sueños. La oscuridad, el denso silencio, la quietud del cuarto y el presagio cumplido de que, justo al cerrar los ojos, la muñeca calva parpadeaba y movía los pies, y se acercaba, se acercaba lentamente a mi cama.
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