Da mucha pena ver al
viejo falso pirata plantado en una de las esquinas de la plaza. Da grima de
veras cuando torpemente se coloca en una banqueta de plástico y se inmoviliza
como una estatua esperpéntica. Aparte del consabido parche en un ojo y de la no
menos previsible pata de palo, nunca se olvida de encasquetarse en el puño de
su mano derecha un deslucido garfio, que igualmente infunde en quien lo
contempla una rotunda sensación de engaño. No ocurre lo mismo con los otros
mimos: ni con la Momia egipcia ni con el vampiro de Düsseldorf ni con la Bella
durmiente ni tampoco conmigo. A todos, tarde o temprano, el público que
distraídamente pasea por la plaza nos recompensa con unas monedas, cosa que
casi nunca ocurre con el espurio pirata. Da agobio verlo descender de su sitio,
cabizbajo, y perderse entre la gente. Muy pronto, sin embargo, cambiará su
suerte y el halo cansino que desprende lo traerá hasta nosotros, hasta los que
nunca pestañeamos un ápice.
Conmovedor retrato. Muchos pasan por la vida sin pena ni gloria, mostrando a los demás lo que no son y, probablemente, lo que no quieren ser y lo que jamás serán.
ResponderEliminarAna Mari: has hecho una lectura del micro que yo no habría sabido hacer. Lo cual me ratifica en la idea de que el autor de un texto no es más dueño de su texto que el propio lector.
ResponderEliminarGracias, y un abrazo.
Causa desasosiego este micro, no sé si apenarme del pirata o de la gente que no sabe ver al mimo y echa monedas a las estatuas. Da que pensar este micro.
ResponderEliminarBesitos
Elysa: me alegro de haber conseguido esa sensación de apenamiento. Todo gira en torno a ella. Mil gracias.
ResponderEliminar